Friday, April 07, 2006

Recovecos II


Nadie se dio cuenta, ni si quiera por el olor dulzón y putrefacto que por más de una semana invadió las casas al medio día, en ese verano inolvidable… en esa ciudad infernal.

Era víspera de año nuevo y el que dejábamos atrás había sido plano como todos lo que pasaban por ese pueblito. Nadie esperaba mucho para el próximo, pero las cosas iban a cambiar, especialmente en mi cuadra.

Para nadie fue preocupante no ver a la señora Laura abrir por la mañana su ventana, porque ya nos habíamos acostumbrado a que esa mujer solitaria, desapareciera por semanas sin avisar a nadie, especialmente en tiempos de fiesta.

Además, nadie sentía ni cariño ni simpatía hacia ella. A los niños no le devolvía las pelotas cuando caían en su patio y a nosotros nos acusaba cuando llegábamos tarde o cuando hacíamos fiestas sin permiso. Reclamaba por todo, los ladridos de los perros, por el árbol que ensuciaba su patio, en fin, siempre tenía algo porque molestar, por lo tanto, nadie la extrañaba cuando nos daba una tregua y desaparecía.

Si no fuera por el cholo, mi perro, aún estaría esa vieja sola y putrefacta en su casa sin que nadie la despidiera o la llorara - ya que no hay muerto malo-.

He pensado muchas veces en esa hipocresía y siempre me pregunté su origen. Y siempre llegue a la misma conclusión.

La incertidumbre de si hay alguien allá arriba que este anotando, todos aquellos errores o malas intenciones que cometemos en silencio, ese odio que nos produce satisfacción. No lleva a engañarnos, jugando a ser piadosos, inventando un cariño que nunca sentimos y unas lágrimas que nunca fueron sinceras, para alguien que fue más franco que uno y decidió vivir odiando a viva voz.

Y así fue como actuamos tal artista consagrado, en su funeral, pagado por una hija ausente, que al igual que todos, actuaba. Sus palabras de despedidas eran tan amargas como el recuerdo de esa vez que aquella vieja enajenada, que hora se encuentra descansando en ese cajón, intentó matar a palos al cholo quien ahora la salvó de la soledad de la muerte, mordiendo su mano y trayéndonos un dedo, para mostrarnos que algo le había pasado a esa mujer …

0 Comments:

Post a Comment

<< Home